Miré el reloj para saber qué hora era, pero la oscuridad me lo impidió, así que seguí caminando por la larga, desolada y estrecha calle de piedras, que estaba rodeada por antiguas y descoloridas casas; al cabo del tiempo, ya casi sin poderme mover por el frio, logré divisar una luz a lo lejos, que aparentemente era una cantina, así que corrí para allá con la esperanza de encontrar a alguien que me explicara lo que estaba pasando en aquel pueblo; cuando estaba a un par de metros del local escuché un estruendo, y vi una sombra que salía corriendo de la cantina y otra que le seguía, más lentamente; de repente escuché otro estruendo, semejante al primero, pero este fue más fuerte y, aparentemente, más cercano; inmediatamente me empezó a arder el estómago, pero al examinarme no sentía nada extraño, así que voltee mi mirada nuevamente a la luz; al rato logré ver junto a la puerta del local, un hombre con la contextura de una de las sombras que había visto anteriormente, por su cara parecía una persona de 30 años de edad, llevaba puesto un sombrero de vaquero y tenía una sonrisa peculiar; siempre recordaré sus ojos, muy penetrantes, de aspecto sombrío, que buscaban algo a la distancia, como si supiera que yo también me encontraba allí; inmediatamente todo se puso más oscuro de lo que estaba, pero seguía viendo ese mismo rostro, al rato sentí una sensación de vértigo y me levanté abruptamente de mi cama, dando un brinco, estaba sudando y muy acelerado por aquella pesadilla.
Años más tarde fui con un amigo a visitar un pueblo que se me hacía familiar, era casi media noche, así que todo estaba apagado y nadie en la calle, solo estábamos despiertos mi amigo, otro borracho y el cantinero …
Santiago Nicholls Molina
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